Si fueras un dios y tu oído divino llegara hasta los confines del Krosmoz, seguramente escucharías al minino astral ronronear de impaciencia, acostado en su cómodo cesto de mimbre excesivamente grande, acurrucado en su cojín relleno de plumas quiméricas. Pero no eres un dios...

Si miras más de cerca... ahí... en la cima... ¿ves de dónde brota el Wakfu? Justo debajo. Sí. Incarnam. Bueno, no es ahí, pero casi. ¿Distingues el techo del mundo? ¿Ese hermoso espacio, ese maravilloso altillo de gran volumen, uno de los más amplios y más alimentados de Wakfu de todo el Krosmoz? Inglorium, ¡eso es!
Fue en este país sano, gigantesco, pero con una densidad de población prácticamente nula, donde los doce dioses se instalaron. ¡El primero que llegue se lo queda! Si bien las vistas son hermosas y despejadas, no hay mucho que hacer en él. Por eso, matan el tiempo como pueden. De este modo, encontramos a Xelor, dios del tiempo precisamente, que ha aceptado jugar a las cartas con Zurcarák, divinidad del juego y el azar.

Bajo su imponente casco, el primero no revela ni su rostro, ni sus pensamientos. Sus propósitos son tan oscuros como lo que nos deja ver de él. Está de pie, menos preocupado por las cartas que flotan a la altura de su mirada, que por las ventanas justo al lado que abre y desplaza en el espacio con unos simples gestos de la mano. Examina los engranajes, agranda la imagen, cierra la lucerna y pasa a la siguiente. A veces, toma nota escribiendo letras luminosas en el vacío o interviene directamente en un portal para engrasar y probar un mecanismo. No lejos de allí (bueno, para un dios, en realidad tú no puedes imaginarlo) se encuentra otra divinidad, acostada sobre un mullido cojín, al estilo de una diva (aunque menos tiránica, eso sí).

Este hermoso felino regordete siempre ostenta una sonrisa relajada. Parece no tenerle miedo a nada, no preocuparle nada, como si su confianza en el desarrollo de las cosas fuera total. Está ahí, sin pedir nada, incluso cuando se dispone a negociar algo:
—Dime, Xelorcín… ¿No podrías soltar tu Reloj Divino dos minutos? Te toca jugar...
- —¿QUÉ ENTIENDES TÚ POR DOS MINUTOS? ¡SÉ MÁS PRECISO! ―emite una voz tenebrosa bajo el yelmo de hierro.
- ―Dos minutos, como dos veces un minuto, tal y como tú lo has definido, así hay un número incalculable de minutos. De horas. De años... Para que los mortales se organicen un poco antes de morir, ―ironiza el félido―. Y que las demás divinidades, como yo, podamos al menos contar algo en este espacio infinito...
- ―EL RELOJ DIVINO ES EL QUE DEFINE LAS COSAS. YO SÍMPLEMENTE VELO POR QUE SIGA HACIÉNDOLO.
- ―Sí, eso veo... Parece una actividad... bastante absorbente.
- ―REQUIERE UNA VIGILANCIA CONTINUA. PARA MÍ ES UN HONOR SER EL GUARDIÁN DEL RELOJ DIVINO.
- ―¿Nunca has pensado en descansar un poco? ¿Casarte? ¿Tener hijos? O yo qué sé... ¿Darte una vuelta con Sadi y Panda? Si realmente quieres desconectar y olvidarte del día a día, te prometo que esos dos...
- ―NO ENTIENDO NI LA MITAD DE LAS COSAS QUE ME DICES.
- ―¡Ya te digo yo que estás tenso, Xel! ¡Se te nota! Deberías tomártelo con calma. Tomarte tu tiempo. Descansar. Dormir con un sueño profundo y sereno...
Esta última frase estaba impregnada de una extraña entonación que Xelor no supo percibir, pero que mostraba sin lugar a dudas un interés oculto. El encasquetado señaló una carta con el dedo índice sin apartar la mirada de sus engranajes. El rectángulo luminoso que planeaba en el espacio entre otros se avanzó lentamente hacia el centro del juego. Antes de que la carta acabara su camino, Zurcarák movió discretamente dos dedos: si Xelor hubiera estado atento, entonces se habría dado cuenta de que la carta que había elegido acababa de ser cambiada por otra de su montón.
Cuando el efecto de la carta se activó, dos siluetas de combatientes aparecieron entre las dos divinidades y se enfrentaron entre ellas: el de los colores de Zurcarák le asestó un golpe terrible al de los colores de Xelor, que pareció sucumbir al instante. Mientras que el vencedor empezaba un baile burlesco de la gloria, el Señor del Tiempo, sin dejar de mirar sus engranajes, movió entonces dos dedos. En una fracción de segundo, ¡los dos jugadores volvieron al principio de la partida! Zurcarák bajó la cabeza, pero sin dejar de sonreír:
―Pensaba que esta vez iba a pasar...
- ―ERES LISTO, FELINO. PERO YO PIENSO Y TÚ SIGUES.
- ―Tal vez... Pero yo siempre gano. Incluso cuando pierdo.
- ―VA A SER DIFÍCIL DESEMPATAR.
Las cartas en el centro se mezclaron y se volvieron a distribuir: seis se colocaron en suspensión de cara a Zurcarák, otras seis delante de Xelor.
―Empiezo yo, ―anunció el dios minino deslizando una primera carta―. Dicen que no duermes muy bien últimamente…
- ―ES LA VERDAD, ―confesó el Guardián del Reloj Divino sin disimulo alguno―. CUANDO ESTOY DESPIERTO, VIGILO EL MÁS MÍNIMO TIC DE LAS AGUJAS, ACOMPAÑO AL MÁS MÍNIMO TAC DEL TIEMPO. CUANDO DUERMO, FABRICO MUNDOS. LUGARES. LUGARES QUE DEJAN DE EXISTIR CUANDO ABRO LOS OJOS. SOLO DUERMO DOS SEGUNDOS. PERO PARA LOS AVENTUREROS DEL MUNDO DE LOS DOCE QUE PARTICIPAN EN MIS SUEÑOS EXTRAÑOS PUEDE PARECER QUE DURA MÁS TIEMPO.
Por primera vez desde hacía mucho tiempo (quién sabe cuánto tiempo dura esta partida divina), Xelor se giró hacia Zurcarák y con su voz metálica dijo:
―PERO ESO YA LO SABES, «ZURCA», ¿VERDAD?
Bajo sus gafas redondas, el dios afortunado sonrió enseñando todos los dientes.
―¡Ya me conoces, oh gran Xelor! Soy de los que se aburren fácilmente. Así que cuando escuché hablar de tu «pequeña molestia», inmediatamente pensé en ayudarte tomando el relevo, liberándote de este peso inútil, porque ya sabemos cuántas responsabilidades caen sobre tus hombros...
- ―¡NI TE PREOCUPES! ―retumbó la voz bajo el casco de hierro―. NUNCA HE DICHO QUE SE TRATARA DE UNA MOLESTIA. UNA RESPONSABILIDAD MÁS QUE MENOS ES PERFECTAMENTE IMPERCEPTIBLE PARA XELOR. NO TIENES NI IDEA DE LA CANTIDAD DE RESPONSABILIDADES QUE ME INCUMBEN.
- ―¡Pero veo lo suficiente para saber que deberías aflojar un poco! ―contestó Zurcarák―. De acuerdo, Sadida y Pandawa... Entiendo que no estén en tu misma onda... No soportarías dormir más que lo que acostumbras y... despertarte en lugares desconocidos... pero date al menos este pequeño lujo: confíame tus sueños tangibles... ¡confíame TEMPORIS!
Xelor se detuvo. Apartó su mirada de las ventanas. Sin un solo gesto más. Hasta podría decirse que el Reloj Divino había dejado de hacer ruido. También es verdad que es difícil leer en un rostro... ¡Cuando no hay rostro! Zurcarák jugó su última carta:
―¡Y te dejaré ganar la partida!
El tiempo continuó suspendiendo su vuelo. Luego, las manos de Xelor volvieron a donde se habían detenido, abriendo y cerrando ventanas, manipulando los mecanismos con precisión. Sin una sola palabra, el Señor del Tiempo volvió a clavar la mirada en su labor. Zurcarák había perdido la partida.
Pero había ganado.