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La Rueda del destino #3: Miranda

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«¡Ah, qué bien ver a todos de nuevo, mi pequeños mininos preferidos! ¡Bienvenidos al plató de la Rueda del destino! Para los que no hayan seguido los dos episodios anteriores, o los que tengan guano de tofu en las pupilas, soy Zurcarák, el único, el genuino, ¡su Miaujestad en persona! ¿Listos para una nueva historia? ¡Ha llegado la hora de girar la rueda! ¡Uoooooo! La he girado con demasiada fuerza, ¡pero mientras no salga volando... ja, ja, ja! Y el afortunado elegido es... Oooh... La afortunada elegida mejor dicho... La clase encarnada. Una pata de hierro con guante de terciopelo. Mis queridos amigos, ¡hoy revelaremos una historia inédita de la soberbísima e inflexible Miranda

La anécdota que voy a relatar hoy es la pura verdad. Ocurrió en 951, cuando nuestra encantadora Miranda todavía tenía leleche en la punta del hocico. En aquella época, la joven felina ya tenía olfato para los negocios. Pero, claramente, aún le quedaban algunos ajustes por hacer antes de dominar el despiadado mundo de los negocios...

Antes que nada, las cartas sobre la mesa: vamos a transportarnos a un paraje inhóspito como pocos. Allí, la humedad del ambiente solo se compara con la pestilencia de sus ciénagas. ¡Huele a miaumiau muerto! Bienvenidos al Pantano salado, en el corazón del valle de Pandalucía. Donde solo existe la lobreguez y la desolación. A pesar de todo, algunos irreductibles habían decidido vivir allí, entre las indisciplinadas plantalas. Quién sabe por qué...

Desde muy joven, Miranda no le tenía miedo a nada y su profundo deseo de conquistar el mundo mercantil se imponía sobre todas las cosas. No fue ninguna sorpresa cuando se presentó en ese infeliz mundillo esmeradamente ataviada con sus faldas largas de volantes y sus botines de tacón perfectamente lustrados.

Desde hacía unos meses, la atractiva felina estaba al frente de un negocio floreciente. Los negocios ronroneaban de éxito. Su truco era el puerta a puerta. La joven zurca vendía toda clase de trastos y cachivaches. Especialmente trastos... Su sueño era labrarse una reputación para abrir una tienda prestigiosa donde vender bolsos de lujo y objetos fab'huritus. Y Miranda sabía que, para eso, tenía que empezar por el escalafón más bajo. ¡Pero eso no la asustaba! Ya lo hemos dicho, ¡no le temía a nada!

Para darse a conocer, la docera se pasaba los días recorriendo el Mundo de los Doce, desde las ciudades más pobladas hasta las regiones más remotas e incluso inhóspitas...

No importaba cuántos kilokámetros tuviera que recorrer, siempre que consiguiese encasquetarle uno de sus objetos inútilmente indispensables a algún alma caritativa (y sobre todo débil). Con la maleta a reventar y el corazón lleno de ambición, se presentaba en casa de la gente con la dulzura que tanto la caracteriza aún hoy.

Tres golpecitos a la puerta y, «ábrete Sésamo», ni corta ni perezosa entraba en la casa empujando la puerta con un puntapié decidido. De su boca salía inmediatamente un torrente de palabras imparable que a la señora de la casa no le daba tiempo a decir ni «miau».

¡Buenos días, señora! Veo que es usted habilidosa como pocas basta ver lo bien organizada que tiene la casa para saber que no tengo delante a una cualquiera y mire qué suerte porque hoy tengo precisamente lo que le hace falta para revolucionar su rutina diaria y hacer maravillas en su hogar todo por el módica precio de 150 kamas venga es una ganga y le regalo la caja para guardarlo y la garantía de dos años está incluida ¿cómo quiere pagar?

Prodigioso. Poseía un físico que hacía temblar las piernas a muchos y un dominio del arte de la oratoria (o del embaucamiento, según se vea) que daba vértigo.

Miranda solo respiraba después de soltar su monólogo. Se jugaba demasiado. Muy pocos se resistían a su discurso perfectamente engrasado y a su tono adulador. Miranda es francamente hipnotizante, admitámoslo.

Sin embargo... Aquel día, su pequeña artimaña no obtuvo el efecto esperado.

No puede ser... Si no lo veo no lo creo... ¡Ella otra vez!

Al fondo de la habitación, hundida hasta el cuello en una butaca gastada que claramente tenía tantos años como ella, una anciana con expresión atónita la atravesaba con la mirada.

Yo, eh... Disculpe... ¿Nos conocemos?

  • ¡AH! ¡Me pregunta que si nos conocemos! ¡OSA preguntarme si nos conocemos!

La anciana se levantó de un brinco de su butaca, como una rana de un nenúfar. Le echó una mirada asesina.

Miranda tragó saliva lentamente mientras toqueteaba nerviosamente el cierre de su maleta.

D... Debe de estar confundiéndose, yo no recuerdo haber...

  • ¿Puesto ya tus sucios pies de insolente aquí? Normal, guapita, antes vivía cerca de Bonta. ¡Pero te aseguro que reconocería tu jeta entre mil! ¿Crees que iba a olvidarme de la estafadora que me vendió ESO?

La anciana tendió la mano hacia un aparador detrás de ella y señaló un rodillo de panadero de apariencia banal. Miranda reconoció enseguida el Amasador Turbo Mágico 2000, un utensilio de cocina diferente a los demás, absolutamente innovador, capaz de extender a la perfección las masas de hojaldre más recalcitrantes pero también de encantar las recetas tanto que cautivaban a todos los que las probaban. Perfecto para seducir a la persona amada. O para alguien que, como la anciana, contaba con ganar el gran concurso anual del Festival del pan de Bredsburgo...

Seis mil kamas, tu supuesto rodillo mágico 3000 de mierd...

  • El Amasador Turbo Mágico 2000, si me permite... —se aventuró Miranda.
  • ¡TONTERÍAS! ¡Es una basura y punto! ¡Prueba esto!

La anciana le metió a Mirada un trozo de taharta directamente en el hocico sin darle tiempo de protestar.

Mmpff... Ah, puef fí... Ef verdad... No eftá muy buena...

  • ¿Que no está muy buena? ¡ASQUEROSA MÁS BIEN! Lo invertí todo en ese concurso. Perdí por tu culpa y mi taharta se convirtió en el hazmerreír del Mundo de los Doce... ¡y yo con ella! Mira a qué antro me tuve que exiliar de la vergüenza... ¡y tú eres la responsable! ¡Me diste miaumiau por liebre y ahora no me queda un solo kama en los bolsillos! ¿Y ahora apareces aquí haciéndote la inocente? Hay que admitir que el destino sabe cómo portarse con sucias mininas de tu calaña...

En el rostro de la anciana se dibujó bruscamente una sonrisa que pondría la piel de gallina a un rebaño de dragopavos. Miranda notó el viento levantarse. La anciana estaba furiosa como una hidra...  Y con razón, todo sea dicho. ¿A ti no te sacaría de tus casillas que te la dieran con queso con un mísero rodillo de panadero? La joven zurcarák intentaba escabullirse discretamente hacia la salida sin apartar la mirada de su cliente.

Oiga... Entiendo su indignación, señora. Si no está satisfecha con el Amasador Turbo Mágico 2000, puede acogerse a la garantía siempre y cuando firmase en el momento del pago un...

  • ¿La garantía? ¡¿LA GARANTÍA?! ¡¡TE VOY A DAR YO GARANTÍA, YA VERÁS!!

La anciana se desató el delantal de cocina, agarró el rodillo de panadero y se dirigió hacia Miranda con paso decidido. Sin tiempo que perder, la zurcarák dio media vuelta y echó a huir por el pantano tras estar a punto de caerse de morros al tropezarse con el umbral de la puerta.  

¡No creas que voy a dejar que te vayas así como así! ¡No te me escaparás, ESTAFADORA!

Blandiendo aún el objeto de su ira, la anciana echó a correr como una desquiciada tras Miranda. Levantándose las faldas con las dos manos para no enganchárselas en la maraña de ramas y zarzas, la joven intentaba dejar atrás a su perseguidora, pero no era tarea fácil. Hay que admitir que la anciana tenía temperamento... El horno de la abuela no estaba para bollos.

Hostigada como un animal, la zurcarák corría con la lengua fuera, girándose de vez en cuando para asegurarse de que su perseguidora no ganase terreno. Una ojeada en mal momento y la zurcarák se llevó una rama de lleno la cara que la hizo salir despedida varios kámetros hacia atrás y caer de culo en un charco de barro viscoso y nauseabundo. Se levantó a toda prisa y decidió sacrificar su vestido . Tras rasgar unos buenos veinte centikámetros de la falda, echó a correr de nuevo. Tras ella, la anciana seguía su persecución a toda velocidad mientras mascullaba para sus adentros. Incansable.

¡Voy a hacértelas pasar canutas, guapita! ¡Pienso aplastarte como a una masa de tarta con mi rodillo turbo 3000 mágico!

  • ¡¡SE LLAMA AMASADOR TURBO MÁGICO 2000!! —consiguió replicar Miranda exasperada, a pesar de no quedarle apenas aliento.

De repente, como salidas de la nada, un ejército de plantalas se plantó en medio de su camino. Sin vacilar, la joven agarró la navaja que llevaba siempre cuidadosamente disimulada en uno de sus botines.  

¡LAR-GO DE A-QUÍ, AHHH...! ¡MAL-DI-TAS MA-LAS... YIAAAAH! ¡¡HIERBAAAAAAS!! —gritó mientras cortaba violentamente bulbambúes y otras bulbiflores.

Terminada la masacre, Miranda retomó la carrera. Pero enseguida tuvo la impresión de que algo la frenaba. Se miró a los pies y vio que un bulbomatorral le había enrollado sus largos pétalos a la pierna comprimiéndole la pantorrilla, que se estaba poniendo azul. El dolor punzante la obligó a frenar mientras los jadeos entrecortados de la anciana se acercaban cada vez más. Casi podía oler su aliento. Una mezcla de ajo y achicoria. Qué agradable. Miranda estudió rápidamente el terreno a su alrededor y agarró una pesada piedra. Con un golpe certero, dejó aturdida a la criatura y se liberó la pierna. Aún le dolía, pero tenía que hacer de tripas corazón si no quería acabar apisonada por el rodillo Amasador Turbo Mágico 2000.

La distancia entre ella y la anciana era cada vez menor.

«¡CRAC!» Claramente, la suerte no estaba de su parte. ¡Se le acababa de partir un tacón!

Miranda, ya muy ralentizada, se esforzaba por cruzar a duras penas el impracticable pantanal. De pronto, tras atravesar una cortina de bambús, se encontró frente a un precipicio. Bajo sus pies, el vacío. Una caída vertiginosa de varias decenas de kámetros hasta un gran estanque de agua estancada, infestada probablemente de monstruosas criaturas. Sedentores, sin lugar a dudas... Estaba perdida. Detrás de ella, la anciana la había alcanzado y, en un ataque de furia, le lanzó el rodillo dispuesta a molerle la cara. El objeto se puso a girar en el aire como un búmeran, cortando el aire con un silbido estridente ante la mirada estupefacta de Miranda, que tenía la sensación de ver pasar el tiempo a cámara lenta. Esta vez sí que sí, le había pasado factura. Iba a tener que ajustar las cuentas. Valdría por todas las veces que había engañado a sus clientes vendiéndoles objetos cada uno más descabellado e inservible que el anterior. Si pudiera dar marcha atrás...

De pronto, cuando estaba a punto de rendirse... Eso era. ¡Ahora se acordaba! Miranda atrapó el rodillo al vuelo, apretó uno de los extremos e hizo una maniobra muy precisa con él. Se oyó un clic seguido de una concatenación de ruidos metálicos, indicando que se había activado alguna clase de mecanismo. De pronto, se desplegó una armadura hecha de acero con forma similar a las alas de un pájaro, recubiertas de un tejido que se inflaba cuando el viento se metía por dentro. Sin vacilar, Miranda se tiró por el precipicio con el rodillo paracaídas sujeto firmemente entre las manos.

¡No tema, señora! ¡Mi servicio de posventa se pondrá en contacto con usted próximamente! ¡No hay duda de que hubo una equivocación! ¡No le vendí el Amasador Turbo Mágico 2000 sino el Amasacaídas 3000 de coleccionista! ¡Siento muchísimo el errooooooor... AHHHHH! —arrastrada por una violenta borrasca, Miranda se fue volando ante la mirada pasmada de su cliente y desapareció en los cielos, comenzando así un largo viaje por encima de Pandalucía...  

Se cuenta que, desde aquel día, la vendedora ambulante estuvo mucho más atenta a la calidad de los productos que vendía y se tomaba la molestia de probarlos uno a uno. También se dice que nunca volvió a poner un pie en aquellas tierras inhóspitas. Debido a su última transacción... un poco demasiado pantanosa.


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