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Solar y Bethel: los muertos vivientes

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Raval no aguantaba más. Andaba de arriba a abajo, igual de emocionado que cuando era pequeño y se acercaba la Nawidad. Solo que esta vez, él mismo iba a «fabricarse» su propio regalo...

No sabía por dónde empezar y se sentía agitado en todos los sentidos, presa de unos nervios incontenibles. En su cerebro, las emociones se agolpaban, pasando de la euforia al miedo a la decepción y el terror al fracaso. ¿Y si no lo conseguía? ¿Y si, a diferencia de su madre, él no llevaba eso en la sangre? Se sentiría tan decepcionado... Y ella, no digamos.

—¡No, NO! ¡Ya basta, Raval! —, se instaba, hundiendo la cabeza entre las manos como para expulsar los pensamientos negativos de su mente.

Se lo había visto hacer a su madre muchísimas veces. Escondido detrás de la puerta, estudiando hasta el más mínimo de sus movimientos y gestos a través del agujero de la cerradura. Siempre se sentía embelesado. Admirado, incluso. Ella sí que tenía talento... ¡Al fin y al cabo, no había razón para que él no lo tuviera también!

Su «laboratorio» estaba listo. Más que él, eso seguro... Por quinta vez consecutiva, repasó mentalmente todo lo que debía tener al alcance de la mano, incluido algo para «defenderse» si fuera necesario...

—Cráneo de chafer: sí; cartas adivinatorias: sí; velas: sí; casco antiproyección: sí; camisa de fuerza: sí; espray de pimienta: sí; escudo de Solar: sí; cetro de Bethel: sí. —

Raval tomó un cofrecillo de madera tallada de lo alto de un estante y lo abrió.

—Y lo más importante... Los corazones lívidos... —

Dos artefactos, en parte elaborados a partir de corazones negros, descansaban en el fondo del cofre, bañados por una luz blanquecina.

Raval se bebió un buen vaso de vinorst para armarse de valor y se frotó enérgicamente las manos.

—¡Bueno, ya está! ¡A trabajar! —

Sacó delicadamente los dos corazones lívidos del cofre y los posó sobre un catre de madera de abráknido oscuro colocado al ras del suelo. A continuación, retiró la tela de seda de arakna que los envolvía. La luz blanquecina que desprendían ahora los artefactos era aún más intensa. Tanto que Raval, cegado, tuvo que protegerse la vista con los antebrazos.

Se anudó un velo en torno a la cabeza, lo bastante opaco para que la luz no le molestase pero no demasiado, para poder ser testigo de lo que iba a crear... Puso un cojín en el suelo a unos metros del catre y se sentó con las piernas cruzadas.

Los latidos de su corazón rompían el ensordecedor silencio que reinaba en la habitación. Retumbaba con tanta fuerza en su pecho que parecía querer salirse. Raval cerró los ojos y se concentró en su respiración para calmarse. Una respiración lenta y profunda... Cuando se sintió lo bastante relajado, decidió ponerse manos a la obra.

Abrió los ojos y miró fijamente los corazones lívidos. Sus labios se entreabrieron, dejando escapar unos extraños balbuceos por la boca. Mientras soltaba un torrente discontinuo de palabras, con la mandíbula apretada, uno de los artefactos empezó a brillar un poco más, seguido casi de inmediato por el otro. Un halo se formó en torno a ambos. Desaparecía, volvía, desaparecía de nuevo, y así sucesivamente, como si palpitara. Primero lentamente, y luego cada vez más rápido. Los corazones empezaron a expulsar un humo negruzco, seguido de una breve explosión ahogada que hizo sobresaltarse a Raval. Pero no dejó de recitar sus encantamientos. El suelo temblaba. Una segunda explosión. Más fuerte. El humo se apoderó de la habitación.

Aunque Raval no alcanzaba a ver a un metro de distancia, empezó a distinguir una forma a través de la densa nube de humo que le separaba de los artefactos. El corazón le volvió a latir con fuerza, como queriendo salírsele del pecho de nuevo. Pero esta vez, Raval se dejó llevar por esa emoción mezclada con angustia. Llevaba años soñando con este momento, y por fin estaba viviéndolo. Ante ese pensamiento, Raval esbozó una sonrisa. De pronto, la forma borrosa se desdobló, dando lugar a dos siluetas de contornos más nítidos. ¡Ya está! ¡Lo había conseguido!

Raval se retiró el velo que le cubría la cara. Se levantó y dio unos pasos atrás a medida que las dos formas avanzaban hacia él. 

—¡Está vivo! ¡ESTÁ VIVO! —, exclamó. 

La cortina de humo se disipaba poco a poco, desvelando a las dos «criaturas» a las que Raval había dado vida. Tras la emoción inicial, el miedo volvió a apoderarse de él.

—Eh... aunque no del todo, en realidad. —

Frente a él, Solar y Bethel parecían más bien muertos vivientes. Colosales. Más impresionantes de lo que se habría imaginado jamás. Naturalmente, no estaban iguales que en tiempos pasados. No estaban «intactos»... Pero Raval era consciente. Ya se figuraba que revivirlos causaría ciertos estragos en ellos. La muerte les había pasado factura. ¡Pero Raval y su madre habían sabido ser más fuertes que ella!

Sea como fuere, se reconocía perfectamente que eran Solar y Bethel. Aquí y allá, mostraban indicios que no dejaban lugar a dudas. El antiguo protector de javián y el brujo osamodas tenían motivos de sobra para responder al ataque de los dioses. Con guerreros de tal categoría a su lado, y venidos de ultratumba, Raval ya casi podía oír los halagos de la Hermandad de los Olvidados...


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