Era un estreno para Fux Milster y Diana Scuelet. Nunca se habían acercado tanto a lo extraño. Nunca se habían visto tan envueltos, tan implicados, en un caso. Como si los roles se hubieran invertido: como si el caso, antes de ir incluyéndolos en su trama, los hubiera observado, estudiado. Devorado. Digerido. Y, en el caso del agente Milster… ¡regurgitado!

Centro Aniripsa de Astrub
11:27
Fux parpadeó furtivamente entre sus vendas. Extrañamente, estas no estaban allí por heridas reales, como suele suceder en un centro de cuidados como aquel, sino para anticiparse a las posibles heridas. Porque los xelors llevan vendas para prevenir las lesiones que podrían causarles sus pequeñas transgresiones temporales. Pero al agente Milster no lo habían preparado para un viaje así ni para aquel tipo de tratamiento… Tenía la sensación de haber salido de una muela de molino… ¡o del estómago del Kralamar Gigante!
—Buenos días, señor Milster. Me alegro de volver a verte entre nosotros.
Aquella voz suave y cálida venía de una silueta femenina, casi felina. Fux recobró la visión y descubrió a una joven aniripsa con el pelo rubio ataviada de blanco de los zapatos a las orejas de miaumiau de su diadema.
—¿Nos hemos… visto antes? —dudó Fux.
Al momento, en los labios secos del agente Milster se dibujó una sonrisa:
—¿Tanto me has echado de menos? —preguntó con seguridad, aunque sin conseguir levantarse.
Los ojos se le abrieron como platos. No era la voz de Diana, ¡sino la de Retlaw Renniks! Fux trató de levantarse, pero hizo una mueca.
—No te molestes —le aconsejó su superior levantándose de su sillón y acercándose a la cabecera de la cama.
Un silencio.
—¿Por dónde… quieres que empiece?
*****
Recuerdo un zumbido.
Y luego, esa sensación de caerte que a veces te despierta, ¿sabes? Hasta que me di cuenta de que estaba levitando por la habitación, en el domicilio de Scuelet. Estaba la máquina voladora esa: la protonoxina. El bueno de Reki Zenémij nos había alertado, una vez más… Tenía la impresión de que ese insecto mecánico me escrutaba y que obedecía las órdenes de ese… xelor.
—¿Noximiliano?—Sí… El relojero. Lo que me sorprendió al momento es que parecía que se hacía más preguntas que yo. Sabía que Scuelet y yo estábamos investigando las anomalías temporales, bueno, no sabía de qué se trataba hasta entonces, nosotros lo pusimos tras la pista, nos observaba, desde el otro lado del zaap, para comprender… lo que era. Lo que eran él y todos los demás.
Cuando llegué hasta él, cuando atravesé ese extraño espejo, todo se volvió más borroso.
Recuerdo que me quedé tumbado. Él estaba solo unas veces, y otras, acompañado… de invitados. Percibí el horrible rictus de Leorictus, aspiré el olor a cieno de Agonía, rocé la capa de Julith. Solo recuerdo trozos de conversaciones y esa abominable sensación de estar siendo examinado, espiado en mi sueño. Algunos decían: «¡No sabe nada! ¡Matémoslo!». Otros me defendían: «¡No lo toquéis! Intentemos averiguar más cosas o, si no… ¡soltémoslo!». Podía identificar las voces. Me parecían casi familiares, Salvo… una.
—Sí… No se acercaba. Me daba la espalda. Su porte era imponente. Tenía unas plumas oscuras que le daban un aspecto siniestro. Pero lo peor era la voz. Cavernosa… de ultratumba… Parecía que procedía del lugar más oscuro que pudiera existir; un sitio más negro que el culo de un toro en una noche sin luna…
¡Sí! Tenía esa frase que recitaba sin parar, pero que nunca llegaba a terminar… Los otros no lo dejaban. Creo que les irritaba. Algo así como:
«¡Temed el fuego de las tinieblas! ¡Temed vuestra peor pesadilla! ¡Temblad ante el poder del…».
—¿De quién?—No sé. Debió de terminar la frase una vez. Hm… «¡Temblad ante el poder del… Emplumado Tenebroso!» o algo así…

—Fantástico… Pero ¿qué querían todos esos de ti?
—Me dio la impresión… de que esperaban respuestas por mi parte… de que estaban como amnésicos… de que habían olvidado una parte de su vida… lo que los había llevado allí. No tenía la sensación de estar al lado del verdadero Campeón de la Aurora Púrpura, del auténtico Perceblando, ni siquiera de la exuberante Dathura. Durante todo ese tiempo… Me parecía que estaba frente a reflejos… burdas copias.
—Fuera de sus épocas. Excluidos de la realidad. Atrapados al otro lado del zaap. Ahora lo veo claro, transparente. En cierto modo… son anomalías. Anomalías temporales.
—Él fue el que me llevó a los engranajes del Reloj de Xelor.
¡El Emplumado Tenebroso! Hubo un momento en el que parece que los sorprendió una autoridad mayor… Un ser que era superior a ellos o, por lo menos, lo bastante impresionante como para asustarlos. Este no se había enterado de que yo estaba allí y los otros quisieron ocultárselo. Parecía que eran unos niños a los que habían pillado con las manos en la masa mientras les arrancaban las alas a una muuumusca. Al oscuro cuerbok se le ocurrió una idea… Por lo visto tenían acceso a otra brecha que daba directamente al péndulo del Dios del Tiempo. Me tiraron allí con prisas, como una jalagoma de melocotón, y por un momento creí que me iba a quedar en el sitio. Hacía calor y humedad. Tictacs incesantes. Gongs. Tañidos… ¡Y esas larvas del demonio!
*****
—¿Milster? Soy yo…
Se le despegaron los párpados. Y a continuación, los labios.
—¿Scuelet?
—Sí…La sram de cabello rojizo se había inclinado por encima de él. Aquella visión le dio de inmediato un chute de energía. Pero no tanto como su gesto: le pellizcó el brazo… ¡y retorció! Fux se levantó en seguida y gritó de dolor.
—¡Así aprenderás a no dejarme tirada, so vago! —le espetó la agente Scuelet—. Ahora, ¡arriba! ¡No vas a estar ahí pegándote la vida padre mientras estoy llevando la investigación yo solita!… ¡Toma! Mira esto…
Le tendió una hoja grande doblada en dos. Él la abrió y, bajo las vendas, se quedó blanco.
—¡Es él! —dijo de inmediato.
—¿Quién?—Ya te contaré…
En la página arrancada de periódico aparecía el oscuro cuerbok que lo había lanzado al vacío. En el título del artículo ponía: «Un gremio de aventureros despluma al Cuervo Negro».
—El Cuervo Negro, ¡¡¡eso es!!!
—¿Has visto la fecha, Milster? —indicó la agente Scuelet.Consultó el pie de página. Tras la sorpresa llegó la sonrisa. El artículo databa del 14 de javián… ¡del 981!
—Lo han encontrado clavado al zaap del Pueblo Sepultado…
—¿En Frigost?—¡Seh! —asintió lanzándole a la cara un anorak con la capucha forrada. ¡En marcha! Vamos a bajarte la fiebre…
—Noooo… Frigost, no… —gimió el xelor, que volvió a meterse en el edredón.

Continuará…
¿Y tú?, ¿te has enfrentado ya al Cuervo Negro?
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