La tensión sube entre los maestros de armas de las dos ciudades enemigas más grandes del Mundo de los Doce. Oto Mustam vuelve a responder a su rival Amayiro dándole donde más duele... Es una buena ocasión para (re)descubrir que, cuando se trata de acabar con el adversario, los brakmarianos no están faltos de humor.

Querido Amayiro:
¿O prefieres que te llame abuelito? O abuelita, por lo que cuentan más allá de tus fronteras... Ya sabes. En la civilización.
He leído tu última misiva con mucha atención. Eso es algo que aprecio especialmente de los mayores. De los viejos. De los seniles. De los despojos. De los que ya están con un pie en la tumba, vaya. Lo que me gusta, como decía, es ese fervor y esa elocuencia con los que consiguen sumergirnos en los momentos clave de la historia del Mundo de los Doce (aunque omitiendo algunos detalles, pero bueno, a esas edades nadie se libra de las deficiencias de la memoria).
Esa anécdota, la llamada de Ilyzaelle, parece, tanto en tus recuerdos como en los míos, uno de los episodios más relevantes de la «disputa» que existe entre nuestras dos ciudades en todos estos años (espero que no te lo tomes a mal a pesar de las numerosas bajas que ya tenéis que lamentar entre vuestras filas).
Aunque no por los mismos motivos... El príncipe de la ciudad oscura murió en la batalla, eso es cierto, pero sueles olvidar un pequeño detalle. Me hace gracia la forma en que te centras en ciertos eventos y no en otros... La maldición de la corona del monarca bontariano. Leorictus, cabeza de... ¡Oh, lo siento! Estoy tan acostumbrado a llamarlo así cuando me burlo de él con los míos... ¡No te enfades!
Ya ves que esta historia me interesa mucho.
¡Ah! Aquella vez os hicimos una buena jugarreta. ¡Incluso casi 100 años después seguimos riéndonos! Debes saber que, aunque por entonces estaba «bajo las faldas de mi madre», y con razón, he oído hablar de este episodio decenas de miles de veces. Por la simple y llana razón de que se lo contamos a los brakmarianitos por la noche para que se duerman y tengan dulces pesadillas. (Sí, a diferencia de vosotros, nuestros sueños nos hielan la sangre y nos impiden pegar ojo.)
Ahora que lo pienso... ¿Te gustaría saber cómo hizo Nas Orazal para maldecir la corona? Dudo que conozcas la verdad acerca de cómo se desarrollaron los hechos. Un pajarito me ha dicho que, seguramente, hayan querido protegeros, teniendo en cuenta lo frágiles que sois, pequeños inútiles. Protegeros a vosotros y vuestro amor propio.
Déjame contarte yo también esta historia... Dejaré que te pongas tu mejor pijama de Huini Golosote y que aprietes tu osito de peluche muyyy fuerte. ¿Nene quiere cuento? Es lindo. Tampoco te cortes si quieres chuparte el dedo, ¿eh?; parece que la regresión es algo común en edad muy avanzada. Te prometo que nadie te juzgará. ¡Será nuestro pequeño secreto!
Había una vez un rey, ridículamente pequeño y especialmente malvado, como la ciudad que gobernaba.
Un día, por un prodigio que nadie se explica (y a todas luces tras una artimaña indecente), él y los suyos lograron sacar ventaja (durante un lapso de tiempo muy corto que es inútil precisar) a sus eternos rivales. Pero no conocían a sus enemigos a la perfección y creyeron que los derrotarían sin gran esfuerzo. Se dice incluso que los enemigos se dejaron ganar, por piedad, sin duda, con la esperanza de verlos por fin ganar la más insignificante de las batallas.
La ciudad prácticamente siempre victoriosa no iba a dejar que el enemigo se marchara sin un pequeño recuerdo. Para vengarse, uno de sus arzobispos, Nas Orazal, decidió gastar una broma, ¡qué digo!, una pequeña inocentada al soberano de la ciudad blanca: Leorictus. Su decisión fue maldecir la corona del difunto príncipe de Brakmar, robada por el rey de Bonta. Como buen brakmariano, la primera idea que le había venido a la mente no podía ser más chistosa.
Se dice que, para conocer la naturaleza del embrujo de dicha corona, hay que contar con un oído tan fino como el de una arraca. Cuando uno se acerca a la preciada diadema, puede escuchar una vocecilla que susurra una melodía conocida por las dos naciones, aunque algo diferente de lo habitual...
¡El himno bontariano!
¿Y cómo podría un himno volver loco al rey de la propia ciudad, me preguntarás? ¿Porque este fue interpretado y versionado para darle un toque más libertino, quizás? ¡Sí, querido amigo! Vuestro amado rey se volvió loco por culpa de nada más y nada menos que vuestras propias canciones, con letras algo más... «atrevidas», por decirlo así.
Por cierto, aquí te dejo un extracto:
Tienen misiones de lo más facilonaaas
Caramelos de sabiduría que apestan a cebolla
Tienen misiones de lo más facilonas
¡No hay más que perdedores en Bonta!
Y Galdarion se fustiga
Tiene los calcetines llenos de pulguitas
Se rasca la cabeza por la caspa
¡Como todos los idiotas de su calaña!
Te he ahorrado las partes que podrían haber herido tu pequeña sensibilidad, así que deberías darme las gracias. En fin, quizás no sea tan bueno como un éxito de tu Badiz Mustabante (supongo), ¡pero reconoce que tiene su aquel!
Seguro que estarás encantado de saber que tu querido rey Leorictus se tiró desde lo alto de su palacio porque estaba harto de escuchar la versión canalla de su himno. Es un hecho de la historia de Bonta que sus habitantes han tenido la precaución de mantener en secreto. Una pena… ¡Para una vez que Bonta consigue hacernos reír! (Sin contar vuestras fiestas baratas y vuestros trajes de tres al cuarto, claro.)
Si necesitas más datos jugosos sobre tu ciudad, ya sabes. Estaré encantado de dártelos...
Depravadamente,
OTO MUSTAM
Maestro de armas de la milicia de Brakmar